Rezo en la mezquita de La Coruña, situada en la calle Nebrija

Puertas abiertas en la mezquita para superar la desconfianza

Unos 14.000 musulmanes viven en Galicia y practican su religión en 22 centros de culto en varias localidades

GALICIA / LA CORUÑA,09/03/2015,abc.es,MARCOS SUEIROABCEN

Llegan poco a poco a la mezquita de la calle Nebrija de La Coruña. Lo hacen todos los viernes del año entre las 14 y las 14:30 horas para orar en comunidad a su Dios. La imagen se repite en los 22 centros de culto que hay en Galicia. Cada vez son más y cada vez se sienten más observados. La actualidad sitúa sobre ellos un foco de vigilancia, también de recelo y de curiosidad. Los tres factores se dan de forma simultánea. Algunos rechazan el hecho de tener que justificarse permanentemente y otros hacen el esfuerzo de decir de forma continua que son gente de paz y que hacen el bien.

Los atentados en París y Dinamarca también los han cogido por sorpresa. A modo de advertencia está colocada en una de las dos puertas de la mezquita una carta en la que se condenan «enérgicamente las acciones terroristas». La separación de la comunidad de La Coruña con los musulmanes violentos no tiene matices y ellos exhiben el documento con orgullo, como una patente que acredita que no son un peligro y que buscan convivir en paz.

Las leyendas que rodean a los pueblos describen los países árabes como hospitalarios. Y aunque una gran parte de los musulmanes no son árabes, la hospitalidad se contagia en la mezquita de La Coruña. Miloud, de nacionalidad argelina, recibe a ABC en la puerta. Tiene los ojos negros y curiosos y se sorprende cuando escucha preguntas sobre su fe. Miloud también se protege con la intención de no ser un sospechoso e invita a atravesar la puerta.

Túnica o ropa de calle

Los fieles llegan puntualmente a su lugar sagrado. Se descalzan y practican el rito de la ablución. Se lavan los pies, las manos, la cara y las orejas para «estar limpios» y preparados para orar. La llegada de personas es constante. Todos hacen lo mismo y la inmensa mayoría son hombres. Algunos se cubren la cabeza, visten una túnica y otros rezan con ropa de calle. Miloud explica: «Depende de las personas» y asegura: «mi túnica me quedó en Argelia». La amalgama de rostros y caras configura un mosaico que rompe la uniformidad preconcebida. Incluso hay algún ciudadano español converso que mira con recelo de novicio, pero no importa y todo se dispone para seguir «el orden de rito ordenado» conocido como la «Jumuàa». El imán preside el rezo. Es bajito. Tiene barba larga, está revestido y lleva la cabeza cubierta. Se suceden cánticos y salmos. Cuando comienza su sermón todos escuchan. Nadie rompe el silencio consentido. El imán habla de Dios, del Profeta, de los Mensajeros e introduce coletillas como «los cambios no son buenos» o «cuando uno se muere se enfrenta directamente al Creador y nadie puede interceder por él». Sus advertencias, y la división que hace entre el bien y el mal, de una forma un tanto dogmática, son maniqueos, «pero son fruto de la voluntad de Dios». En su larga plática introduce «el respeto a los no creyentes», la tolerancia religiosa y todo por el principio y el fin, o lo que es lo mismo, por la innegable voluntad de Alá.

La ceremonia termina. Los niños se calzan los zapatos, parecen ensimismados y contentos. Nadie muestra su disconformidad con un acto religioso que tiene una duración de una hora y los saludos de fraternidad se multiplican. Eso sí, nadie ha visto a mujeres. Ellas, cubiertas con velo, rezan en la parte superior de la mezquita. No toman contacto con los hombres. La explicación del presidente de la comunidad, Mustafa Alhendi, parece incompleta: «Nosotros respetamos mucho a las mujeres» y al final la razón impuesta como en todas las religiones es la costumbre.

«Somos gente de paz»

El extrañamiento natural que provoca la separación de sexos es naturalizada por el presidente del centro islámico. Se trata de un médico de origen sirio que vive en España y cuyos hijos ya son españoles. Mustafa trata de aclarar que «el islam es abierto, pacífico» y que nada tiene que ver con los violentos. Tanto Mustafa como su hijo óptico optometrista se separan de los tópicos de los extremistas como la recreación de Al-Andalus y dicen sentirse parte de la nación española. Mustafa no se cansa de explicar: «Los musulmanes somos gente de paz». Está entrenado, y a diferencia de otros participantes, considera lógicos algunos recelos. Entre el material que se encuentra en el templo hay algunas publicaciones sufragadas por el Ministerio de Asuntos Religiosos del Estado de Qatar. Y él responde: «¿Y qué?» Está decidido a abrir las puertas y a enseñarlo todo.

En Galicia hay 14.000 personas de religión musulmana. La mayoría se encuentran localizadas en las ciudades como La Coruña, Vigo o Santiago, pero hay comunidades importantes en Arteixo, Ribeira o Xinzo de Limia. El presidente de la Comunidad Islámica en Galicia dice que «viven su vida con normalidad y tratan de cultivar su fe». Los últimos acontecimientos han provocado que se pongan en alerta. No se justifican, pero están preparados para responder, y lo hacen: «Somos gente de paz».